El harén del abuelo
No recuerdo muy bien cuando fue la primera vez que dormí en la cama del abuelo.Era pequeño, tal vez diez años. Estaba acostumbrado a dormir en aquella cama. Dormía en medio de la abuela y el abuelo en esas épocas.
Después la abuela se fue. Un día no estuvo más, no puedo recordar que paso, pero sé que un día de esos en que íbamos en vacaciones, llegamos y no estaba más. No me dieron grandes explicaciones, luego claro, al crecer, me entere que se fue con otro hombre. Cosas que suceden en este mundo y que nada pasa, la vida sigue. Al abuelo no recuerdo haberlo visto triste, ni nada de eso.
Por supuesto yo seguí durmiendo en la cama, que ahora parecía más grande. Tal vez lo hice hasta que decidí que era grande y no lo hice más. Tendría unos catorce años quizá. Pero siempre tuve nostalgias de esa época. Sobre todo en las noches de tormentas, que en el pueblo parecían más grandes y notorias que en la ciudad, todo eso me parecía a mí, en mi cabeza loca. El abuelo siempre fue cariñoso conmigo. Me trato muy bien desde que tengo uso de memoria. No era su único nieto, pero si era quien estaba siempre los veranos con él.
Hacíamos quinta que le encantaba a él. El abuelo Peto, así le decía todo el mundo. Su nombre era Pedro Luis, pero todo el pueblo le llamaba Peto. Íbamos de pesca al pequeño arroyo que pasaba como un hilo serpenteante entre pequeñas rocas y piedras.
El hombre era de mediana estatura aunque a mí de pequeño me parecía gigante. De manos grandes y dedos gruesos. Sus ojos eran de color negro, oscuros, pero brillantes. La boca era grande y de labios suaves y firmes. Hombros anchos y brazos bien formados, fibrosos, su cabello aun abundante era gris. Siempre olía bien, esa era una particularidad que no puedo olvidar, ahora que ya no está y yo soy casi de su edad cuando comenzó todo lo que voy a relatar.
Al abuelo también le gustaba fumar en su pipa. Eso hizo que después con el tiempo yo también no pueda dejar mi pipa. Siempre echando humo con la pipa. Fui creciendo y notando que el hombre que era mi abuelo, siempre estaba solo o a veces se reunía con amigos. Nunca más lo vi cerca de alguna mujer, eso llamo mi atención.
Alguna vez fui a visitar a mi abuela, a un pueblo cercano que era donde vivía luego de haberse ido con otro hombre. Charlando de cosas triviales, me comento muy al pasar que el abuelo no era el mismo con ella, ese había sido uno de los motivos por el que se había fijado en otra persona. Sus gustos fueron cambiando y ella no lo juzgaba pero no lo pudo asimilar. Entonces apareció quien era su pareja ahora y decidió marchar sin rencores, ni reproches.
Salí de allí pensando, era joven, un inocente, y para algunas cosas tardaba en darme cuenta. Comencé a observar a aquel hombre maduro que era mi abuelo Peto. Como interactuaba sobretodo con los muchachitos que venían a la quinta a recoger verdura, y a veces a trabajar con nosotros. Me di cuenta que se le iluminaba la cara cuando trataba con estos chicos que tenían mi edad y a veces un poco más jóvenes y un poco mas grandes también.
__Hola don Peto__ saludaba alguno de estos chicos y yo escuchaba
__Hola Miguelito, como estas. Hace rato que no me visitas…__ respondía él y se le inflaban las narices, por otro lado una nariz recta y delineada, marcada.
__Tengo preparado para ti un cajón con varias verduras, sígueme la tengo en el galpón…__ decía el abuelo y Miguelito dejando su bici a un costado iba tras él.
__Tu, riega en tanto los tomates quieres…__ me decía a mí con voz suave y gentil, como era el abuelo Peto y yo solo mirando y haciendo caso, aunque pensando, porque el abuelo y el chico se metían dentro del galpón y tardaban un buen rato hasta que salían nuevamente.
En las siestas pasaba por la habitación del abuelo y lo escuchaba roncar, tranquilo, relajado, desmayado por completo.
Lo observaba desde el marco de la puerta abierta. Su vientre se movía de arriba a abajo. Un ombligo oscuro, grande. Los muslos desnudos, con vello abundante. Buscaba en mi cerebro las respuestas, me fui convenciendo de que al abuelo le gustaban los jovencitos. Así era. Pero yo no le agradaba. Acaso no era un jovencito. Porque yo no, porque era su nieto, y eso que recordaba años atrás, cuando dormía a su lado y a veces me despertaba pegado a su cuerpo, duro. Nunca lo registré hasta aquellos momentos. Lo que me apoyaba era su pedazo erecto. Sus ronquidos o gemidos eran de calentura. Eso pensaba, mientras lo veía a aquel hombre descansar tranquilamente.
Fuimos a pescar. Una tarde de domingo en pleno enero. Los dos sin remeras y bermudas. Debajo de un arbolito. Verde, caluroso.
__¿Porque nunca te he visto con una chica?__ pregunto mi abuelo Peto
__Porque no me gustan…__ dije de la forma más natural posible dando por hecho que él lo sabia o lo intuía y quería cerciorase.
__Los jóvenes hoy día a veces prueban muchas cosas…pero tú lo tienes claro…
__Desde hace mucho abuelo que voy a hacer…
__Nada no quiero que hagas nada solo disfrutar…
__Claro que disfruto…me gustan mucho los hombres, digamos…maduros
__Ohh que bien…__ vi como su rostro cambio y tragó saliva.
Esa noche después del baño me puse un short que nunca había usado por la casa, bien metido en mi ojete, resaltando mis nalgas femeninas, calientes, nunca me había mostrado así adelante del abuelo.
Note que su rostro brillaba. Sudaba más que de costumbre, yo me contoneaba adrede delante de él, mostrando lo más posible y pude notar en un momento sus pezones erectos, ya que la noche se prestaba para estar en el patio de la casa. Supe que no le era indiferente y mas confirmaba mi pensamiento de que le gustaban los jovencitos.
En la madrugada se vino una tormenta poderosa. Relámpagos, truenos, lluvia fuerte. La casa se iluminaba con las relámpagos azules y blancos. Me acerque al dormitorio del abuelo Peto. Escuche unos leves suspiros. Yo estaba muy caliente quería que el abuelo me hiciera suyo y la tormenta me venía genial
Entre. Escuche.
__¿Eres tu querido?__ pregunto mi abuelo
__La tormenta me da miedo abuelito…__ casi dije en un gemido emputecido y caliente.
__Acuéstate a mi lado quieres…__ dijo con voz ronca y caliente Peto, mi abuelo. Me quite la poca ropa que tenía en la oscuridad de la habitación que era iluminada por las luces de la tormenta que parecía menguar lentamente.
Me pegue al hombre maduro que suspiraba pesadamente, sabiendo que estaba tan caliente como yo. Sintió mi carne desnuda, mi piel de fuego, mi culo femenino y apetecible, sabía que no se podría resistir. Note su verga creciendo y yo empujaba mas contra él, sus brazos me rodearon, sus manos acariciaban mi rostro, mis labios, y empezó a besarme suave el cuello y las orejas, suspiraba y jadeaba, prontamente empecé a lloriquear de calentura. Su virilidad empinada, rozaba mis desnudas nalgas.
__Ohhh mi gatita….ahhh…puedo llamarte así…__ decía en mi oído y ya sus dedos jugaban con mis pezones que eran una furia de rígidos y ardientes. Una nube obnubilaba mi centro nervioso.
__Puedes llamarme como quieras…__ susurre, atrapando por sobre la tela su poronga palpitante y dura. La palpe. La sopese. Mi cabeza iba a explotar de tanto deseo. La boca del abuelo Peto mordía mis hombros, marcándolos. Chupaba mis orejas.
Era un placer y un goce, la lluvia se escuchaba lejanamente, lo peor de la tormenta ya había pasado, pero nuestros desnudos cuerpos se frotaban incansables. El abuelo Peto abría mis nalguitas de gatita como me decía, y con su lengua me llenaba de saliva el agujero que se abría cada vez un poco más. Gemidos, resoplidos, lloriqueos de nena se escapaban de mis labios y de lo profundo de mi garganta. El placer era una ola gigante que me poseía y me volvía más y más putita.
El macho viejo sabía muy bien como dar placer. Con su lengua hacia dibujos en mi ojete libidinoso. Al rojo vivo. Repasaba aquel orificio suave y joven, dispuesto a todos sus deseos. Gire en la cama vertiginoso, y me encontré paladeando su sabor, su vergota inflada y rocosa, su sable que era mío, le daba chupones, besos, era una especie de adoración del miembro viril.
__Ahhh gatita así…que buena eres con tu boquita, ohhh si mi gatita sigue mamándome, ohhh como me gusta…__ gemía el abuelo Peto gozando de mis chupadas, alcanzaba también sus bolas y las comía infernalmente, arrancando grititos del abuelo calentón.
A su vez el seguía penetrando con su lengua larga y puntillosa, meticulosa, abriéndome sin piedad, preparando el terreno, hundiendo de vez en cuando un dedo y luego dos. Luego dimos otros giros y quedamos enfrentados, yo sobre su cuerpo que parecía mucho más grande de cuando estaba de pie. Mi pija erecta chocaba con su vientre, me arrastraba casi por su cuerpo, y nos besábamos de manera tierna, en un principio, y luego de manera descarnada y casi brutal. Me mordía los labios hasta casi hacerlos sangrar, llenos de deseo y pasión, mezclados con lujuria. Sentía su pedazo vibrante y duro, ardiendo, lo acariciaba con mis dedos, chorreaba por el ojo esa baba pegajosa y viscosa y que me encantaba, quería que lo metiera y, pero el abuelo Peto se tomaba su tiempo, nunca estaba apurado, quería llevarlo hasta el máximo placer.
__Dime gatita…ahhh…dime como fue tu primera vez, cuéntame, dime…__ me sorprendió sin embargo no corto para nada el momento, le dio más impulso, porque no dejaba de besarme, y meter sus dedos inquietos en mi dilatado ojete.
__Ohhh abuelito…fue con un profesor…ahhh…siii…me sedujo…y me entregue a él…los primeros encuentros…ahhh…fueron de besos y caricias y mamadas…luego…ohhh abuelito…luego fue abriéndome con consoladores hasta que un día me cogió, entro en mi con todo su garrote, terminando su obra, a partir de allí…ahhh…solo quise gozar con hombres, y ahora estas tu ahhh…cógeme de una vez abuelito…ahhh…__ no sé de dónde sacó un pote de crema y con sus dedos me paso pacientemente por el agujero, me fue empujando, luego, hasta que me deslice por su garrote, enterrándomelo por completo, me aferre a sus pechos erectos, los apretaba y rasguñaba. De forma desesperada. Sintiendo como su poronga entraba por fin en mi.
__Ahhh como me gusta tu verga abuelito, soy tu gatita, ahhh…__ la poronga del abuelo se abrió paso en mis carnes, poseyéndolas definitivamente. Haciéndome suyo de una vez y para siempre.
Resbalaba su carne por mi túnel abierto, ensanchado. Gruñía el abuelo, entrecerrando los ojos. Subía y bajaba del mástil inflado y duro. Vibraba mi piel y mi carne desquiciado.
__Ohhh gatita…disfruta…ahhh como me gusta tu culito…__ con mis manos abría mis nalgas para que su perno entrar con más facilidad en mi abierto anillo. Lloriqueaba de placer. Me mordía mis labios y pasaba mi lengua por los mismos. Luego me agachaba unos momentos y nos besábamos infernalmente calientes.
Nuestras lenguas se cruzaban, y notaba la calentura de aquel macho acostumbrada a los jovencitos putitas como yo.
El abuelo apuro las embestidas, veloz, su respiración se alteraba agitad cada vez más. Sabía que me llenaría de leche el culito, y así fue, largando chorros interminables, y con gritos rimbombantes acabo en mi ojete al rojo vivo. Trague con m cola todo el jugo que pude. Luego sentí la catarata chorreando, caí sobre su pecho, y el saco la poronga casi dormida. Quemados abrazados y dándonos caricias suaves y besos cortos y más tranquilos. Teníamos tiempo, todo el tiempo del mundo. Nos dormitamos.
Cuando desperté la tormenta ya había pasado y el día nuevo nos invadía con sol y una leve brisa que entraba no sabía de dónde. El abuelo Peto no estab a mi lado. Me levante desnudo como estaba. Era domingo y hbia poco que hacer. Camine hasta la cocina, el abuelo de pornto entro de afuera.
__Te has levantado gtita…bella durmiente…ohhh mira ese culito, como lo menea la gatita…quiere ms lechita…seguro no…__ me acerque a él y me acurruque en su pecho desnudo, el abuelo andaba en calzoncillos con su pipa en los labios, parecía un viejo marino de barco mercante.
Sus brazos me rodearon y prontamente bajaron de mi cintura a mis nalgas, las sobo unos momentos, apretando y pellizcando, sintiendo mis trémulas carnes, y me beso metiendo su lengua hasta el fondo de mi boca caliente y emputecida. Mi verga prontamente se levantó, dura, erecta, el abuelo la acaricio, entre enredos fuimos hasta la mesa, allí me apoyo y se metió mi pija en la boca, succiono, tremendo, salvaje, caliente. Yo gemía, y el tragaba y no me dejo hasta que no se tomo mi leche que salió a los cinco minutos, liberando el deseo que llevaba en la sangre. Estuvo lamiendo, limpiando y besando mis bolas. Luego me giro y metió su lengua voraz en m ojete, lamio, lo lleno de saliva y de manera encendida me penetro de una vez. Hasta el fondo y comenzó a moverse, y yo lo acompañaba acompasadamente, gozando, gimiendo, lloriqueando al tener otra vez a mi macho dentro de mí.
__Ahhh abuelito…estas hecho una fiera…ohhh siii cógeme hazme tuyo….
__Ohh gatita que culito divino tienes…ahhh me vuelves muy loco…__ sus bolas golpeaban en mis nalgas regordetas, firmes, deseosas, el abuelo me poseí, me taladraba, sin descanso, parecía mucho más joven de lo que en realidad era. Pellizcaba mis pezones duros, y luego se aferraba a mis anchas caderas, y los bombeos eran más veloces, su mandíbula apretada, eran indicios de que venía su leche matutina, entre jadeos, grititos y gruñidos fue llenando mi ojete otra vez con su leche pegajosa y abundante. El abuelo Peto quedo recostado unos momentos sobre mi espalda con su verga latiendo dentro de mi agujero.
__Ohhh que feliz me has hecho gatita…ahhh…como me haces gozar….__ dijo el abuelo sacando su pedazo semi dormido ya de mi interior, goteando el piso, y yo sentía correr las gotas de semen por mis piernas temblorosas de tanto goce.
Luego me fui a duchar, necesitaba aquel baño. Luego desayunamos con el abuelo.
__Y dime abuelito… ¿cómo conociste a todos esos chicos que te visitan…¿no se ponen celosos entre ellos?
__No que va…a cada uno le doy lo que desea…ellos saben de la existencia del otro…sabes…no pude ser fiel…soy una especie de depredador y no me enorgullece…pero no puedo parar, cuando conozco un jovencito ya lo imagino desnudo y siendo poseído por mi…
__O sea que no podée exigirte fidelidad…
__Creo que no pequeña gatita…tu eres especial para mi…siempre lo serás…pero no puedo prometer nada de eso…
Siguieron días de pasión y sexo con el abuelito Peto que era una maquina de coger. Obviamente ayudado por la medicina, pero era más fuerte su deseo, su pasión que su temor de quedar duro en cualquier momento. Su salud era de fierro, decía el y también su migo el médico del pueblo, así que daba rienda suelta a sus deseos sin detener su voracidad siempre latente.
Más de una vez no me contuve y lo espié cuando recibía en el galpón a alguno de sus amiguitos que venían a buscar verdura, todos hijos de los chacareros vecinos, y gente con la que el abuelo se encontraba en el club o en alguna doma o cualquier calle del pueblo.
Los chicos guardaban muy bien el secreto. Nadie sospecho nunca de nada. Hasta que el abuelo no estuvo más entre nosotros y yo me marché del pueblo jamás oí decir nada a nadie, ni siquiera un rumor, nada.
Cuando llegaba alguno de esos chicos a la quinta el abuelo ya dije era otra persona, su rostro brillaba y su cuerpo era como que se transformaba.
Me situé en una ventana que aparentaba estar cerrada y que yo días anteriores había abierto de tal forma de poder mirar.
No podía escuchar mucho donde se había colocado con aquel chico. Rubio, de piernas largas, pero cola saltona. El abuelo Peto lo tomo de los hombros y le dio un beso, el chico no se resistió en lo más mínimo y enseguida busco el sable del abuelo. Se coloco de rodillas y lo engullo. El abuelo acariciaba sus cabellos. Lo atraía hacia el machete que el chico tragaba voraz.
Un rato después le quito toda la ropa y chupo el culo del chico que se retorcía de placer. Mi verga estaba a reventar. Me tocaba por sobre la tela de mi short. Luego de un buen rato lo ensartó, el chico lo recibió plenamente gimiendo enloquecido. Y le lleno el ojete de leche, yo ahí mismo en los pantalones también me acabe.
Le dio unos besos al joven que sonreía y se lo veía pleno y feliz.
Esa misma tarde el abuelo tuvo otro encuentro. Era inevitable para él, su sangre hervía permanentemente. Jugó con el chico, escarbando en su cola un buen rato, dándole besos a sus pezones, el chico mamando la poronga rocosa del abuelo, era increíble ver como enseguida se erguía orgullosa esa vara gruesa y que a mi tanto me gustaba. Metió dos dedos en el ojete jugoso del jovencito al que llamaba zorrita, se ve que al abuelo Peto le gustaba nombrara sus amantes con nombres de anímales. A ese no lo penetro solo hicieron sexo oral, el chico trago toda la lechita del abuelo, luego se besaron de manera interminable, el chico largo los jugos en la mano del abuelo Peto.
Por las noches el abuelo estaba conmigo, algún que otra noche se iba y volvía tarde de madrugada, pero en general estaba conmigo en la casa. Generalmente teníamos sexo todas las noches, así por dos años, tal vez. Mi memoria no es tan buena.
Una noche el abuelo muy caliente me pidió que le chupara su ojete, metí mi lengua de manera veloz, desnudos los dos. Repase sus pliegues haciendo que el abuelo gimiera y resoplara abierto de par en par. Repasaba sus bolas, inclinado, siempre gordas, era un caso ese, mi lengua bailoteaba hacia arriba, hacia abajo, hacia dentro, en los bordes, hundiendo, penetrando.
__Cógeme con tus dedos gatita…ahhhh__ así hundía mis dedos ensalivados y llenos de crema. Nos dimos la vuelta, giramos y el abuelo se tragó mi verga dura, erecta, lamio, chupo, repasando y comiendo mis huevos inflados. Ardíamos. Llene la boca tragona del abuelo, largando mis jugos abundantes. Una vez que acabe el abuelo me dio su pijota a la cual chupé. Mamé. Besé, adoré, hasta que me escupió sus líquidos. Limpie cuidadosamente su sable, nos acurrucamos hasta quedar dormidos.
Así vivimos. Durante mucho tiempo. El abuelo siguió teniendo encuentros con todos los chicos que se le cruzaban, mas de una vez compartimos un trío, pero no era lo común.
De vez en cuando recuerdo esos días caliente, hoy fue uno de esos, será por eso que les he contado un poquito de aquello que sucedió hace mucho, mucho tiempo.-
FIN.
Autor: Pocker 123
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