Desvirgado por mi padre
Me llamo Rafael y, aunque ahora tengo 21 años, lo que voy a contarles me pasó cuando tenía 17. Antes de comenzar tengo que decirles que de mi homosexualidad sé desde que era un niño. Tuve experiencias desde los 13 años, así que a la edad a que me refiero ahora, ya tenía sobrada experiencia en las lides del sexo, aunque se limitasen a las actividades propias de un púber.
De todas formas, desde muy temprana edad me educaron para pensar libremente, a la vez que había amigos de la familia que formaban parejas de homosexuales masculinos, con lo cual, una vez que me supe homosexual, en vez de traumatizarme, lo consideré algo normal, limitándome a aprovecharme de la situación lo más ventajosamente posible, al tiempo que, salvo alguna locura producto de la urgencia y de la inconsciencia de la edad, a pesar de la educación sexual recibida, de una forma bastante aséptica.
Juego el tenis desde muy temprana edad, con lo cual las horas de gimnasio han sido parte de mi vida diaria. Desde los 12 años practico dos o tres horas diarias y, aunque no seguí la carrera deportiva y ahora soy estudiante de derecho de tercero, con bastantes buenas calificaciones, sigo con mi costumbre del deporte, con lo cual tengo un cuerpo bastante bien formado. Mido 1,80 metros y peso 70 kilos, más o menos lo mismo que a los 18 años. Soy bastante moreno y llevo el pelo largo rizado. Tengo vello en el cuerpo, no demasiado, pero mi aspecto es bastante varonil.
Vivo en Salamanca con mi madre. Mi padre vive en Madrid. Soy producto de una noche loca de mis padres que no acabó en boda, aunque mi padre siempre nos ha ayudado mucho y hemos mantenido un contacto muy frecuente.
Mi padre es abogado, al igual que lo seré yo algún día y tiene un bufete en su ciudad que funciona muy bien. Por expresa indicación suya, yo fui educado en uno de esos colegios suizos con tanto prestigio, en un internado, hasta que acabé el COU. Debo reconocer que no me ha ido mal del todo, porque he tenido la oportunidad de explayarme en mis encuentros sexuales con otros chicos de mi colegio, pero eso no es de lo que quiero hablarles hoy.
Lo que quiero contarles pasó en el verano de 2.006, cuando contaba 18 años, como ya he dicho antes. Yo acababa de examinarme de selectividad y estaba pletórico pues había superado con éxito la prueba y tenía plaza para comenzar derecho en la universidad de Salamanca. Estaba en plena celebración cuando llamaron a casa. Era la empleada de hogar de mi padre, contándonos que éste había sufrido un accidente de tráfico como consecuencia del cual estaba en cama con una pierna escayolada, los brazos vendados, unas costillas rotas y algunas magulladuras.
Mi madre y yo nos desplazamos a Madrid inmediatamente para interesarnos por él. No había sido excesivamente grave, a pesar del aspecto horrible que presentaba, todo lleno de escayola y vendas, pero debía guardar cama unas semanas para reponerse totalmente de los golpes. En la pierna tenía un pequeño esguince sin importancia, pero el médico había insistido en que si quería seguir con la práctica del deporte sin ningún tipo de problemas, lo mejor era que se curase totalmente. Así que ni corto ni perezoso, le había plantado una escayola hasta la rodilla. Y los brazos se los habían vendado porque estaban llenos de heridas y así se evitaban infecciones.
Decidimos que mi padre no tendría ningún problema, así que mi madre se volvió a Salamanca, tras muchas insistencias de mi padre de que conmigo bastaba, y yo me quedé en Madrid con él. Me encargaría de ayudarlo en lo que necesitase y de su aseo personal. Para el resto de las cosas, estaba su empleada, que venía por las mañanas y hacía la limpieza y la comida. A mediodía se iba y no regresaba hasta el día siguiente a las diez de la mañana. Y a eso de las dos de la tarde, venía una enfermera para cambiar los vendajes y curarle las heridas.
En realidad debía estar en un hospital, pero era tal el pánico que sentía por esos lugares que, una vez atendido y curado había insistido en que él quería irse a su casa. El médico, que le conocía personalmente desde hacía muchos años, dio su conformidad.
Me instalé en mi propia habitación, pues frecuentaba mucho la casa de mi padre. Me acosté temprano, después de leer un poco y de darme una buena ducha fría. Por la mañana sonó el despertador a las siete en punto, me puse un pantalón corto y una camiseta y salí a hacer footing durante una hora, como todas las mañanas. A las ocho y media estaba duchado y vestido y me puse a hacer un buen zumo de naranja para mi padre y para mí y café. Lo puse todo en una bandeja y me acerqué a la habitación de mi padre. Llamé:
– Pasa. Buenos días madrugador.
Entré, posé la bandeja en la mesilla y abrí la persiana de la ventana. Hacía un día radiante. Desayunamos juntos y una vez vuelto todo a la cocina, mi padre me pidió que lo aseara.
Con una palangana con agua tibia y una esponja, le ayudé a lavarse la cara. Una vez hecho esto, me iba pero mi padre me frenó y me dijo:
– Hijo, tengo muchas más partes que limpiarme. Ayúdame.
Yo lo miraba, sin comprender.
– No querrás que lo tenga que hacer la chica ¿verdad? Quítame la ropa de encima y ayúdame a lavarme entero.
Hice lo que mi padre me pidió y pude contemplar a mi padre tendido en la cama, como única prenda un calzoncillo blanco algo abultado por la trempera de la mañana y la escayola en su pierna izquierda.
– Acércame esa bacinilla, estoy que reviento-me dijo, sacándome de mi ensimismamiento.
La verdad es que mi padre tenía un cuerpo bastante atlético y como me había tenido cuando él solo contaba con 18 años, sus 36 años los llevaba más que bien. Tenía más vello que yo y su cuerpo musculoso producto del duro trabajo del gimnasio, igual de moreno que el mío, era espectacular. Les juro que hasta ese momento lo había visto en ropa de deporte muchas veces pero nunca había reparado en lo mucho que me gustaba. Comprenderán, era mi padre.
Sin poder evitarlo, mi pene comenzó a ponerse duro, aunque la tremenda vergüenza que sentí en ese momento hizo que se me bajase casi de inmediato. Me ardía la cara. Le acerqué la bacinilla y me giré para no mirarlo.
– Hijo, no puedo hacerlo yo solo. No te dé vergüenza, que estamos en familia.
Yo lo miraba, rojo como un tomate y le pregunté:
– ¿Qué quieres que haga?
– Pues que me ayudes. Bájame el calzoncillo y sujétame. Me duele tanto el cuerpo que ni eso puedo hacer yo solo.
En el pecho se le veían bastantes golpes, que estuvieron a punto de romperle algunas costillas, pero por suerte, nada de eso había sucedido y con unos cuantos días de reposo, todo volvería a la normalidad. También en sus brazos se veían golpes, así que le comprendí perfectamente.
Como me pedía, tomé el elástico de sus calzoncillos y se los bajé. Mientras con una mano sujetaba la bacinilla, con la otra le cogí su polla, un poco dura, como he dicho antes. Me temblaba la mano. Como pude dirigí el glande y comenzó a orinar. Se relajaba. Realmente tenía urgencia.
Cuando hubo acabado le volví a colocar la polla en su sitio y a subirle el calzoncillo otra vez.
– Hijo, ya sé que te resultará un poco violento todo esto, pero no puedo confiar en nadie más que en ti para estas labores y puesto que eres mi hijo, además de todo un hombretón, creo que lo podremos sobrellevar bastante bien, ¿no te parece?
– Claro papá. No te preocupes. Es que no sé cómo actuar, pero lo haré lo mejor que pueda.
Me sonrió. Yo sonreí a mi vez.
Seguí con mi labor. Tuve que bañarlo entero, con mucho cuidado pues le dolía todo el cuerpo, especialmente el pecho y los brazos, cambiarle de calzoncillo y taparlo de nuevo. Yo estaba acalorado por completo. Lo que más me puso nervioso fue esperar a que hiciera sus necesidades y limpiarlo, pero en dos o tres días ya realizaba todas mis tareas con mayor soltura.
En cuanto hube acabado, me fui a mi habitación y me desnudé rápidamente. Tenía la polla dura como un hierro y necesitaba pajearme rápidamente. Por una parte estaba tremendamente excitado y por otra, me mortificaba haberme puesto así con mi padre. Yo lo adoraba y me parecía muy sucio por mi parte aprovecharme así de su situación para excitarme como nunca lo había estado en mi vida, sobre todo porque con su gesto me había demostrado una confianza absoluta. Pero al ver a mi padre así en su cama, totalmente desnudo delante de mí, al sentir su polla algo dura entre mis dedos, me había puesto a mil.
Me ardían los ojos como de fiebre, de pura excitación, recordando cada centímetro de su cuerpo, pocos minutos antes enteramente repasado por mí.
Me cogí la polla, totalmente dura y con una mano me embadurné el glande con mi propio líquido preseminal. Nunca había visto salir de mi glande tanto líquido y nunca antes había sentido la polla tan turgente de necesidad. Tenía el glande morado y brillante. Comencé un lento subir y bajar de mi mano derecha, mientras con la otra me tocaba los muslos y los cojones. Fui acercando mis dedos a mi virgen esfínter y pasándolos por él. Eso era una cosa que me volvía loco desde hacía algún tiempo y aunque nunca me había penetrado nadie, siempre había soñado con lo que se sentiría al ser taladrado.
Me mojé un dedo y me lo introduje suavemente, mientras seguía masajeando mi polla arriba y abajo.
Tumbado en la cama, no pude reprimir unos gemidos de placer al sentir salir el semen de mi glande y caer sobre mi tripa y pecho. Una vez acabado, todavía seguí masturbándome unos segundos más, mientras aceleraba las entradas de mi dedo en mi esfínter. Me limpié el semen de la mano con mis propios labios, saboreándolo con delectación.
Me quedé tumbado unos minutos, hasta que comencé a estar de nuevo avergonzado y temeroso de que mi padre me hubiera oído. Tal era la urgencia que tenía de explotar, que no sabía si habría sido imprudente. Me duché de nuevo y me vestí.
Mi padre me llamó para que le llevara un refresco y estuvimos conversando durante mucho tiempo. Me preguntaba cosas de los estudios, me felicitó por mi aprobado. Estuvimos bastante animados. Lo ayudé a beber con una pajita, porque aunque se podía mover despacio, cada vez que lo intentaba, le dolía todo el cuerpo.
Mientras estaba la chica en casa, yo aprovechaba para ir a un gimnasio un par de horas. Y por la tarde, continuaba con mi labor de ayudante particular de mi padre y de enfermero. Cada vez realizaba esa labor con más ánimo e interés y cada vez también me recreaba más en la contemplación del cuerpo maravilloso de mi padre. Me demoraba con su polla en mi mano, al ayudarlo a orinar y tardaba más en mis matinales baños de su cuerpo. Los dos parecíamos sentirnos bien el uno con el otro y charlábamos animadamente de muchas cosas. Y al acabar, casi se convirtió en una rutina el que yo me fuera corriendo a mi habitación para restregar mi polla dura en una fenomenal paja pensando en él.
Así pasaron tres semanas, hasta que se pudo sentir más o menos bien y ya no era necesario que le ayudase en todo. Comenzó a levantarse para ir al baño, ayudado por mí, que aprovechaba su apoyo sobre mí para cogerle de la cintura y apretarlo contra mí, para sentir su calor. Se diría que vivía obsesionado continuamente por su cuerpo.
Al final, ya solo era necesaria mi ayuda para su limpieza diaria en el baño. Entonces aprovechaba para contemplarlo totalmente desnudo y aunque ya comenzaba a valerse por sí mismo, yo iba todas las mañanas para estar con él mientras se bañaba.
Finalmente le quitaron la escayola y estuvo casi totalmente recuperado. Comenzamos entonces a realizar pequeños ejercicios para recuperar la agilidad y elasticidad que apenas tres o cuatro semanas antes tenía. Yo lo masajeaba y a la vez me recreaba.
Decidimos que pasaríamos todo el verano juntos, aprovechando que mi madre se iba a un cursillo a Londres todo el verano. Una vez que estuvo restablecido por completo, nuestra rutina era levantarnos por la mañana e ir a correr una hora, para pasar después a la ducha. Y por la tarde al gimnasio.
Una tarde, después de volver, nos pusimos a charlar de cosas y al final, llegó el tema del sexo. Si bien yo era un homosexual feliz, nunca había confesado nada a nadie, salvo a mis compañeros de clase con los que compartía corridas mutuas.
Estábamos los dos con sendos pantalones vaqueros, y unas camisetas, sentados en el sofá. Nos quitamos los deportivos y pusimos los pies sobre la mesa, mientras nos tomábamos unas cervezas. Habíamos bebido tres o cuatro y nuestra conversación era distendida. En un momento dado se tumbó en el sofá y puso sus piernas sobre mí. Entonces yo cogí uno de sus pies y comencé a darle un masaje. Él cerró los ojos mientras me decía:
– ¡Qué bien! Yo seguí con el otro, por largo rato. A veces a mí me lo hacía mi madre cuando estaba tenso por los estudios o por algo y me sentaba muy bien. Una vez hube terminado, me dispuse a dejarlo, pero me dijo:
– Sigue, sigue, lo haces de maravilla.
Entonces yo seguí masajeándole las pantorrillas y poco a poco subí por sus piernas. Me puse de rodillas delante de él y seguí. Se quitó el pantalón para que lo hiciera mejor y se abrió un poco de piernas. Llegué hasta sus muslos y allí, sin poderlo evitar, me deleité yo mismo. Él permanecía con los ojos cerrados y la boca entreabierta y de vez en cuando suspiraba un poco:
– Umm, ¡qué bien! Estuve un buen rato entregado en sus muslos y de vez en cuando le rozaba el paquete, como al descuido. Yo lo miraba, con la respiración un poco acelerada. En un momento dado, noté que a mi padre le estaba creciendo el paquete poco a poco. Yo no sabía si seguir o parar, hasta que él me cogió las manos y las acercó más a su paquete. Me miró y con un movimiento de cabeza me animó a seguir. Entonces pasé mis manos por entre los muslos y le acaricié con más decisión.
Metía mis manos por debajo de su calzoncillo blanco para tocar su vello púbico. En realidad no me atrevía a tocarle directamente la polla, ahora mucho más dura, a tenor del bulto. Le salía por encima del elástico del calzoncillo y su glande se veía hinchado. La tenía mucho más grande que yo, desde luego, que debido a mi altura no andaba nada mal.
Me cogió con sus brazos y me acercó a él. Me besó y yo me dejé hacer. Me decía al oído:
– Llevo unos cuantos días oyéndote en tu habitación. ¿Realmente deseas esto? Yo estaba bastante rojo y solo acerté a decir un tímido sí. Me besó de nuevo. Su lengua se abría paso a través de mi boca. Me llenó de su humedad y yo le correspondí. No sabía bien en dónde me estaba metiendo, aunque lo deseara a rabiar.
– Vamos a un sitio más cómodo ,me dijo, cogiéndome de la mano.
Nos fuimos a su habitación. Me abrazó y me besó de nuevo. Yo ardía por dentro, mientras intentaba que no se me escapara ni un centímetro de su piel sin acariciar.
Me desnudó despacio y llenándome de besos por todo el cuerpo. Después lo terminé de desnudar yo a él y nos tendimos en la cama. Me besó de nuevo, tendido sobre mí.
Notaba su sexo duro sobre mí y eso hacía que me calentase más todavía. Bajé mis manos y le acaricié la espalda, bajando poco a poco hasta llegar a sus nalgas. Estaban calientes y duras. Su boca caliente sabía a cerveza y su experta lengua me estaba dando un placer desconocido hasta ese momento.
Pasado un buen rato de besos y caricias me susurró al oído que sabía que mis desahogos en solitario en mi habitación eran por su causa y que se había fijado en el interés que mostraba por su cuerpo cuando le ayudaba en el baño. Yo no pensaba en nada, ni en lo tremendamente raro de la situación que se había creado entre mi padre y yo. Ni siquiera pensé en las consecuencias de todo lo que pasaba entre nosotros. Yo solo podía disfrutar como si me fuese la vida en ello, sin pensar en nada más.
Mi padre se giró y cogiendo mi polla, se la metió en la boca. Era delicioso. Yo también hice lo propio con la suya. Le chupé el glande, húmedo con su líquido preseminal. Era salado. Abrí mi boca todo lo que pude para poder alojar dentro su polla, pero era demasiado grande y no pude meterme más que la mitad, hasta que sentí una arcada y la saqué de nuevo. Me dediqué entonces a sus cojones, que colgaban mucho.
Siempre me había preguntado por qué a mí me colgaban tanto los cojones, y a mis amigos no. En realidad me parecía un defecto, pero a mis compañeros de internado les tenía locos. Siempre me pedían que les dejara verlos. Se balanceaban al andar y eso les ponía a mil. Ahora, al ver así los de mi padre, supe que era herencia familiar. Y poco más tarde podría comprobar que eran realmente deliciosos. Me metí uno en la boca y lo saboreé un rato, para pasar después al siguiente. Y volví de nuevo a la carga de su polla. Esta vez pude meterme como dos terceras partes de ella. Al principio me costaba un poco, pero poco a poco me fui acostumbrando. Estaba ardiendo. En mis labios podía sentir sus venas turgentes al entrar y salir. Había disfrutado mucho en mis años de internado de mamar pollas, pero nada era comparable a lo que estaba sintiendo en ese momento. Era delicioso sentir ese trozo de carne que casi no te cabe en la boca hacerse paso poco a poco hasta la garganta.
Mi padre estaba haciendo un trabajo espectacular en mi cuerpo. Sentía su boca caliente rodearme la polla y la sensación era maravillosa. Me abrió un poco más las piernas y metió una mano entre ellas. Acercó un dedo a la entrada de mi culo. Noté cómo hacía un poco de fuerza en mi esfínter, pero sin llegar a meterlo. Era la sensación más placentera que había tenido nunca. Su dedo se fue abriendo paso dentro de mí, poco a poco y volvía a salir. Creí que iba a morirme de placer. No pude reprimir un pequeño grito mientras sentía que me corría:
-Ahhhhh, papa. Me corro. Ohhhhhh.
Me tensé y comencé a descargar trallazos de leche dentro de la boca de mi padre. No dejó escapar ni una gota de mi semen y siguió lamiendo mi polla, mientras yo se agarraba a sus nalgas y apretaba más su polla contra mi garganta. Él siguió con su dedo un poco más dentro de mí. Me lo sacó y también sacó su polla de mi boca.
Se giró y me besó, con los restos de mi propio semen dentro de su boca. Con su lengua jugó dentro de mi boca, mientras me abrazaba.
– Vaya, hijo, sí que tenías prisa.
Yo solo podía respirar aceleradamente, sin contestar. Lo besé con toda la pasión de que fui capaz, mientras lo abrazaba como si se fuera a escapar.
Él se bajó, besándome todo el cuerpo, hasta llegar de nuevo a mi sexo. Me abrió las piernas y comenzó a bajar con su lengua por mis cojones hasta llegar a mi esfínter. Allí se recreó largo rato, ensalivándolo todo bien. Yo para entonces estaba otra vez con la polla totalmente dura. El trabajo que me estaba haciendo mi padre me estaba poniendo de nuevo a mil. Fue introduciendo su lengua dentro de mí poco a poco y me volvía loco de placer. Yo ni siquiera quise tocarme porque entonces me correría de nuevo enseguida.
Entonces mi padre me cogió de las piernas y las puso sobre sus hombros, acercándose a besarme de nuevo. Yo sabía lo que iba a suceder y, aunque estaba aterrorizado por el tamaño de la polla de mi padre, pensé que era la mejor forma de ser desvirgado. Mi propio padre sería el encargado de follar mi culo virgen hasta ese momento. Me dijo:
– ¿Sigo? Yo solo dije un tímido sí, mientras veía la polla de mi padre acercarse a mi esfínter. Su glande se posó en mi entrada y jugueteó un poco allí.
– Relájate, hijo, te prometo que no te va a doler.
Empujó un poco y volvió para atrás. Empujó de nuevo y se volvió de nuevo para atrás. Así estuvo unos cinco minutos, hasta que poco a poco, haciendo cada vez más presión, su glande entró dentro de mí. Paró y estuvo así unos minutos. Mientras, me acariciaba el pecho. Comenzó de nuevo a hacer fuerza y su polla comenzó a entrar en mí. Sentía que me ardía el culo, mientras poco a poco, el mástil de mi padre se hacía paso entre mis entrañas. Me dolía bastante, pero me aguanté porque lo deseaba demasiado para quejarme. Pero él se dio cuenta y paró. Ya tenía dentro la mitad de su polla y sentía un calor enorme penetrándome, como si me estuvieran ensartando con fuego. A los pocos minutos fue entrando más en mí, hasta que sentí en mis nalgas el pelo de su pubis y sus cojones chocando más abajo.
De nuevo paró por espacio de varios minutos, mientras mi esfínter se acostumbraba al tamaño de semejante aparato. Pasado este tiempo, la fue sacando casi hasta el final y volvió a meterla, despacio, hasta el fondo. Esas metidas y sacadas se fueron sucediendo, siempre con extremo cuidado y ya mi culo se estaba acostumbrando, porque el dolor había dado paso a un placer indescriptible. Yo le sujetaba por los brazos porque eso me daba la seguridad de sentirme protegido.
Yo seguía sin tocarme, aunque tenía la polla dura rozándome la tripa. Mi padre fue acelerando poco a poco el ritmo de sus embestidas. Cada vez que llegaba al final, sentía sus cojones rozándome las nalgas.
La verdad es que yo estaba sorprendido de que mi padre pudiera aguantar tanto, porque llevaba diez minutos metiendo su polla dentro de mí y no parecía que tuviera prisa por acabar. Y yo tampoco. Estaba disfrutando tanto que no quería que la sacase todavía. Cada vez que arremetía contra mí sentía su polla hacerse paso en mis entrañas y la sensación era muy placentera.
Aceleró el ritmo. Sudaba. Ahora sus cojones golpeaban con fuerza mis nalgas y descubrí con verdadera sorpresa que esa sensación era incluso más placentera que antes. Cada vez me daba con más fuerza, mientras me decía obscenidades de que si mi culo estaba prieto, que si me iba a partir en dos, que si era delicioso y cosas así que me calentaban aún más.
Sin salirse de mí, me cogió de la cintura y tiró de mí hasta el borde de la cama. Se salió fuera de ella y se puso de pie, manteniéndome a mí en el borde, siempre sin sacar su polla de dentro de mí. Me levantó en el aire, mientras yo mantenía la espalda sobre la cama. Empezó a bombear de nuevo, más rápido que antes, acercándome a él cada vez que arremetía. Me sujetaba fuertemente en sus manos, para follarme cada vez más fuerte. Yo sentía su polla entrar hasta adentro, cada vez más y sus cojones me golpeaban ahora con tal fuerza que no sabía si mi padre se estaría haciendo daño. Yo, por mi parte, estaba en la gloria. Estaba roto y no sabía cómo demonios me podía caber semejante trozo de carne dentro. Sentía cómo me entraba rozándome las paredes de mi recto y sentía el golpe final de sus cojones contra mis nalgas y me sentía desfallecer por momentos.
Mi padre aceleró mucho las arremetidas y con un extenso gemido me metió su polla hasta el fondo tan fuerte que creí que me había herido. Sentí su semen inundando mis entrañas.
– Ohhhhhh, Síiiiiiiiiiiiiii. ¡Qué culo tienes hijo! Cada chorro me quemaba y la sensación de estar lleno de polla y de saber que era la de mi padre precisamente hizo que me corriera sin siquiera tocarme.
– Ahhhhhhh, papáaaaaa.
Calló encima de mí, sin sacarme su polla de dentro y me besó.
– Te quiero, hijo, eres maravilloso.
Y nos dormimos.
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