El sabor de su verga


Mi padre es oficial de policía, lleva esa profesión hace 10 años, pero recientemente tuvo que tomarse una licencia por problemas de salud. 
En esa época yo rondaba los 15 o16 años y como todo adolescente de esa edad tenia alguna que otra fantasía erótica. Pero las mías eran distintas. Solía tenerlas con hombres, hombres adultos...

Era un viernes por la noche y estábamos cenando en familia: mi madre, mi padre y mi hermano menor, algo inusual ya que mi padre siempre llegaba tarde del trabajo. Al terminar de comer me tocaba limpiar los platos, cosa que odiaba. Mientras yo fregaba la vajilla, mi madre acostaba a mi hermano pequeño y mi padre se recostó en el sofá, viendo televisión.


Desde pequeño soy algo metido, siempre andaba escuchado conversaciones ajenas. Mis padres hablaban acerca de un viaje de fin de semana para ir a ver a mi abuela, pero mi padre le decía a mamá que él no podría ir por que tenia una cita al doctor. Dejé de darle importancia al tema y finalmente me fui a acostar. Dormí inquieto, tal vez por lo apresurado en que me tomé la cena. Alrededor de las 2:30 de la mañana tenia muchas ganas de ir baño. Me paré de la cama y fui a orinar. Cuando estaba saliendo del baño note una luz en la sala, así que pensé que se había quedado accidentalmente encendida y fui a apagarla, pero cuando llegué ahí vi la puerta de la oficina de papa entreabierta y con la luz encendida.
Me acerqué y traté de ver por la pequeña abertura entre la puerta y el marco, y alcancé a distinguir a papa sentado en su silla, sin camisa frente al ordenador. Pude solo ver su cara y su velludo pecho, una mota de pelo negro con una que otra cana. 

Esa escena marcó el comienzo de una enfermiza atracción hacia mi padre. Jamás lo había visto con estos ojos, ojos de lascivia y deseo. A esas alturas ya tenia una gran erección entre mis piernas, así que corrí a mi cuarto a pajearme pensando en él, en ese pecho velludo, en su masculinidad y en sentirme rodeado de sus velludos y poderosos brazos. Sintiendo que mis bolas me iban a estallar, mi orgasmo fue tan intenso, que creo que hasta grité cuando chorros de mi propia leche se derramaron sobre mi estómago y mi pecho.

A la mañana siguiente mi madre me levantó diciéndome que iríamos a visitar a mi abuela, que era un viaje largo; así que debíamos salir en unas horas.

– Hola, ¿te ayudo en algo? -preguntó papá pasándome una remera.

– No, ya casi termino de guardar todo.
-contesté- ¿Dónde habías ido?

– Estaba en el medico, me examinaron y me iban a recetar unas pastillas.

– ¡Está bueno! -exclamé, acompañado de un movimiento con mi cabeza

– ¡Apúrate Nico, ya nos vamos! -gritó mamá desde la sala.

– ¡Dale, cerrá todo que tu mama se va a volver loca! -inquirió mi papá.

– Si ya voy.  ¿Vos venís con nosotros? -pregunté.

– No -contestó él rotundo, saliendo de mi cuarto-  Me voy a quedar. Hoy tengo que volver al medico para buscar las pastillas.

Me puse a pensar en la situación. Si no iba a ese viaje podría quedarme a solas con mi padre y tal vez podría espiarlo mientras estaba en su oficina, tal y como hice accidentalmente la otra noche. Mis hormonas adolescentes, incontroladas, entraron en acción y experimenté una súbita erección. Afortunadamente no había nadie más en la pieza y no tuve que disimularla. Y entonces muy convincente le dije a mi madre de que me sentía mal y que no podría ir con ellos. Mi madre automáticamente me hizo saber su fastidio, pero su sentido práctico le hizo entender que si me sentía mal, me sentía mal y punto. Asumiendo que yo no podría enfrentar el viaje y que una vez en destino y debido a mi estado de salud, yo sería más bien un engorro para ella y para la abuela, nos hizo saber que se iría ella sola con mi hermano menor y que estaba dispuesta a dejar a los dos hombres de la casa, aunque enfermos, solos, que nos arregláramos como pudiéramos. Y así, luego de que mi madre y mi hermano se fueron me acosté en la cama y fingí que me dolía la cabeza.

– ¿Nico te sentís mejor? -preguntó papá entrando a mi cuarto.

– No, me duele la cabeza todavía. -dije frotando mi frente.

– Bueno, tengo que salir ahora ¿Vas a estar bien? -preguntó poniendo su mano en mi frente- ¿Me querés acompañar y te compro algo para el dolor?

– Si, dale. -contesté con un hilo de voz fingiendo dolor.

Papa y yo salimos a la farmacia y compramos algo para el dolor de cabeza. Luego fuimos hasta su doctor para que le diera su medicina.

– Son bastante fuertes. Mareos y nauseas son muy comunes, una de esta y a la cama.
Te aseguro que con ellas vas a dormir muy bien. -añadió el doctor luego de indicar la frecuencia con la que las debía tomar.

Y pronto volvimos a casa.
Papá preparo pizza y nos pusimos a ver una película. Papá me hablaba de lo mucho que extrañaba su trabajo, y a sus colegas policías, pero ya me estaba dando sueño así que le dije que me iba a ir a dormir.

– ¿Me traes agua? -preguntó sacando de su bolsillo la caja de pastillas.

Le llevé agua para que se tomara su pastilla y me fui al baño a cepillar los dientes y luego a la cama.
Me quedé un rato de más con el celular hablando con mis amigos y cuando finalmente decidí dormirme un ruido me molestaba: los ronquidos de papá. Por lo general él nunca ronca y estaba vez lo estaba haciendo muy fuerte. Lo más lógico sería el sueño profundo que le inducía la pastilla que le recetó el doctor, o qué se yo. Tomé la almohada y la puse sobre mi cabeza para silenciar sus ronquidos pero antes de que me durmiera se me ocurrió algo bastante loco.  Salí de mi cama y caminé hasta la habitación de mi papá. Abrí la puerta y ahí se encontraba él, dormido, como un angelito. Lo llamé por su nombre varias veces. Incluso golpeé su cara para verificar si estaba dormido. Por mi mente pasaban muchas cosas y realmente estaba muy asustado: yo estaba sudando y temblando a causa del torbellino que se había formado en mi mente.

Con mis dedos suavemente quité las sabanas que lo cubrían . Sólo llevaba una camiseta de tirantes y sus slips. Su cuerpo es normal, algo robusto y fibroso, pero no llega a ser gordito. Algo que me llama la atención de su físico son los vellos que lo cubren; tanto sus pectorales como su estomago están llenos de pelo. Levanté su camiseta y me encontré con esos vellos que tanto me gustan. Pasé mi mano por su estomago. Se sentía cálido, y a continuación rocé sus pectorales y sentí sus bíceps. La cara de papa enmarcada por una barba de tres días expresaba felicidad. En todo momento lo miraba de reojo para ver si seguía dormido. Y a pesar de ser consciente de aquel hombre era mi padre, no pude dejar de resistirme a la atracción de seguir contemplando y acariciando su cuerpo de macho. Realmente se me hacía agua la boca... Sin dudarlo, con mi lengua lamí su pecho. Me gustó tanto que seguí con sus pezones y traté de lamer su cuello, pero me resulto algo difícil por su posición. Tomé su brazo derecho y lo levanté exhibiendo sus axilas, igual de velludas que el resto de su cuerpo, las olí, y de inmediato me enamore de ese olor a masculinidad que desprendía mi padre, y no me privé de pasar mi lengua por ellas. 

Con mi mano frotaba mi entrepierna, estaba choreando liquido pre seminal como nunca antes. Finalmente me decidí a dar un paso más, el paso final, el paso que me había llevado hasta allí, tuve que admitirlo en ese momento. Y me armé de valor y levanté sus slips. Me asombré por la cantidad de vello púbico que tenía. Su pene parecía desaparecer entre sus vellos. Le bajé  su ropa interior hasta las rodillas, dejando caer sus bolas, grandes y redondas, las bolas de papá. Yo tenia mucho miedo de despertarlo, así que suavemente tomé su pene y lo lamí por primera vez: fue la primera verga que lamí en toda mi vida, y lo hice sin saber, pero con ansia, con un niño lamiendo un helado. Me excitó tanto que mi pene se contrajo para inmediatamente crecer y crecer entre mis piernas... Un par de vellos púbicos de mi papá se pegaron en mi lengua, los quite y volví a lamer su glande, cubierto por su prepucio. En ese momento su verga empezaba a cobrar consistencia, estaba maciza y al cabo totalmente erecta. Me tragué cuanto pude, mamando suavemente. De pronto, mi vista se posó en su par de huevos: succioné sus bolas mientras decidí masturbarlo, suave, pero firmemente. Por fin, tuve su dura masculinidad entre mis manos, toda mía.

Papá empezó a moverse un poco, y me dio miedo. Así que a toda prisa volví a vestirle y lo tapé. Pero yo no pude regresar a mi cuarto. Estaba muy caliente, así que me masturbé, frente a él, viéndolo, contemplándolo y deseándolo. Y el orgasmo llegó súbitamente, sin avisar. Nunca había eyaculado tanta cantidad de semen. Mis manos goteaban ese liquido, mi verga se hallaba mojada de él.  Con mi dedo índice rocé los labios de papá, llenándolos con mi semen. Le besé me fui a la cama.

Ya en mi cama, tuve que hacerme otra paja recordando el sabor de la verga de mi padre.

FIN.

Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por frannsalazaress.

Comentarios