Un día llegó primo del pueblo y se instaló en nuestra casa.

 


Un día llegó mi primo del pueblo y se instaló en nuestra casa. 

Vino a trabajar. Mi padre le había conseguido un puesto de trabajo en un taller mecánico de autos, propiedad de un amigo. Y como mi primo era un chico muy apañado, y tenía experiencia con los motores, se le presentaba un futuro muy prometedor. Pedro, mi primo, tenía entonces 32 años y era soltero. Su madre y la mía, hermanas las dos, no cesaban de repetirle que se casara ya, que se buscara una chica formal y sentara la cabeza de una vez, que los años vuelan y todo eso. Él ni caso. Se le suponían muchas novias, aunque nada serio. Pedro era moreno, y era muy alto y cuando le vi la primera vez cuando llegó, me impresionó ver lo cachas que estaba.  Yo diría que su fornido aspecto no era producto de frecuentar gimnasios, sino que su masculatura se había desarrollado trabajando en la construcción de peón. Su padre, ya nos había contado que Pedro, en el puebo, se desempeñaba bien en la obra. También observé que vestía informal, que le gustaba la moda juvenil y deportiva: combinada unos jeans desteñidos y una sudadera de chándal, calzado con unas deportivas de colores brillantes. Yo entonces tendría unos 14 o 15 años de edad y poca o ninguna experiencia sexual. Algún besito y algún sobeteo constituía todo mi curriculum en esa materia. Como fuere, mi rabo siempre estaba tieso, y confieso que muchas veces la calentura me podía y me pajeaba siempre que el cuerpo me lo pedía... El caso es que mi primo se instaló en mi habitación. Yo, hijo único, pensé que eso de tener a alguien con quien hablar antes de acostarte, compartiendo cuarto, podría estar muy bien. Y lo estuvo...

Un sábado por la tarde entré en la habitación a jugar a un videojuego y me lo encontré echado en su cama, bocarriba, en plena siesta. No llevaba jersey. Su torso fuerte y velludo subía y bajaba acoplado al ritmo de su respiración y de sus tenues ronquidos. Una sábana blanca le tapaba hasta la cintura, dejando entrever que aún llevaba puestos aquellos vaqueros tan desteñidos. Yo fui a lo mío: encendí la video consola, puse el volúmen a un nivel bajito, y maté a muchos marcianos. Un tiempo después, como no se despertaba, pensé que quizás debería hacerlo yo, puesto que iban a dar las seis de la tarde. Fui a ponerle una mano sobre su hombro para zarandearle y que se desepertara, cuando me di cuenta de que estaba murmurando algo. Afiné el oido y escuché algunas palabras... Hablaba en sueños. Eran sueños eróticos, creo, porqué parecía además suspirar y se llevaba las manos a su entrepiera. En una ocasión dijo claramente tócame aquí, que me va a reventar... Le bajé la sábanas hasta las rodillas para que no se hiciera un lío entre sus manos y la sábana, y no me sorprendió ver el enorme bulto en su bragueta. Pensé que se estaría divirtiendo, y me pudo la curiosidad por ver cómo iba a seguir aquello, ya que él seguía restregándose el cierre de sus pantalones. Allí se adivinaba claramente su abultado sexo. Cómeme el rabo, nena, dijo él pronto. Entonces ya me perdí, porqué la curiosidad por ver un pene erecto me pudo, más que nada porqué nunca había visto ninguno de un adulto y quería compararlo con el mío...

Despacito fui abirendo los botones del cierre de sus jeans, la adrenalina descontrolada corriendo por mis venas, la testosterona desbocada y me pene erecto fueron las tres cosas que sentí en aquel momento. Al retirar los bóxers asomó un pene grueso y duro como una estaca, de cuya cabeza ya emanaba líquido preseminal. Agarré aquel pene con la mano, como un tótem o un obelisco emergiendo de sus vaqueros entreabiertos, y lo sopesé. Era algo férreo pero caliente. Recuerdo que sentí una estraña sensación de poder y de dominio en mi mano. Estaba ciego de lujuría porque la idea de masturbarle estando él dormido, descargó aún más testoterona en mi cuerpo que tuve que controlarme como pude... Una vez en el colegio con un amigo, encerrados en las letrinas de los lavabos, viendo una revista porno, me estuvo a punto de pasar a mi... Mi amigo quería que yo le masturbase a él y él a mi, pero al tomar contacto con su polla, se me pasó de pronto la calentura. No me gustó tocarle, ni que él me tocara a mi. Me asusté y lo dejé estar, pero nos hicimos unas pajas de aúpa, aunque sin tocarnos, claro.  Pero esta vez, la rigidez de la polla de mi primo, sus leves ronquidos, su carita de niño bueno me ganaron. De pronto ya le estaba masturbando levemente, sobándole los huevos con mi otra mano.  En un momento dado aumenté la velocidad de la paja y sus gemidos se hicieron más patentes. Pedro, aunque dormido, parecía estar disfrutando de aquello.

De pronto abrió los ojos.

-¡Ostias¡ -exclamó con voz ronca- ¿Qué pasa aquí?

Tras el susto inicial decidí no parar. Quería que se corriese y ver el espectáculo de su corrida.

-¡Pero primo qué haces! -gritó él al tomar consciencia de la situación- ¡Me estás haciendo un pajote!

Yo aceleré el ritmo, esperándome cualquier cosa, hasta una reacción violenta por su parte. Pero él cerró los ojos y fue a agarrarme del brazo en un ademán que indicaba que dejara de hacerle aquello, pero no cedí.

-¡Ostia primo! -exclamó gimiendo- Creo que me corro...¡Me voy a correr!

De su polla emergieron dos chorros de leche, y fueron a parar entre mis manos. Un tercero le cayó sobre sus vaqueros, entre sus piernas y otro sobre su pecho.

-¡Me corro en tus manos, primo! -susurró Pedro.

Luego bufó y tras la corrida se incorporó sobre la cama, mirándome fijamente.

-¡Joder es la primera vez que un tío me hace un pajote! -dijo.

Yo, esperándome lo peor sólo atiné a decirle que, como hablaba en sueños sobre cosas de sexo, que sólo quise desahogarle...

-¡Buff, primo! -exclamó- No pasa nada, somos familia. Pero joder, me siento como si hubieras abusado de mi. No se lo digas a nadie. Memoriría de la vergüenza. ¡Pero hostia puta, soñaba con Rita, la camarera del bar donde desayuno todos los días! No veas que polvazo tiene la tía. ¡Me pondo a cien cuando la veo!

Acto seguido se puso en pie, se sexo aún duro, manchado o mojado de su propia leche. Tenía aún los restos de su corrida sobre su abdomen, resbalando desde su pecho. Se limpió con una camiseta y se ajustó los vaqueros. Luego me miró de soslayo.

-Por cierto primo. ¿No serás marica, eh? Porqué si lo eres, tendré que ponerme un tapón en el culo o cambiar de habitación.

Yo me quedé en silencio y él se limitó a mirarme fijamente a los ojos.

-Que sepas que, a veces entre hombres, puede pasar algo así. Pero no es normal que pase...

De nuevo se impuso el silencio.

-¿Tú te haces muchas pajas, primo? -preguntó- ¡Seguro que si! ¿Y te han comido el rabo alguna vez?

-No eso no -dije yo- Ya me gustaría, ya. Dicen que da un gusto que no veas.

Él se echó a reir, dió media vuelta y se encerró en el cuarto de baño. Yo bajé escaleras abajo, directo al cuarto trastero del garage, donde no habría nadie... Una vez allí no me hizo falta tocarme mucho para correrme... Tuve que esperar varios días para saber qué era eso de que te comieron el rabo... Y otras cosas que contaré en otra ocasión.

FIN.


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